La Libertad y la Lucha por la Justicia
- Jacqueline Solórzano

- 23 jul
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Actualizado: 11 oct
por Jacqueline Solórzano
Llegué a este país en el año 2003, huyendo de un régimen que comenzaba a asfixiar a mi país de origen. En Venezuela, las libertades fundamentales estaban siendo socavadas. Como abogada, luché activamente por preservar el Estado de Derecho. Sin embargo, la persecución política se volvió una amenaza real para mi vida y la de mi familia. Pedí asilo político en los Estados Unidos, un país cuya promesa de libertad y respeto a los derechos humanos me inspiraba profundamente. Sin embargo, llegar aquí también implicó perder mucho: mi idioma, mi profesión, mis afectos, y sobre todo, mi sentido de pertenencia.
La Promesa Americana
En aquel entonces, resonaban con fuerza los valores americanos de libertad, trabajo, familia y responsabilidad cívica. Me identifiqué con ese espíritu. La idea de reconstruirme en una democracia históricamente sólida me motivaba. Pero hoy, como muchos inmigrantes que llegaron legalmente, que se han adaptado y que han trabajado desde el anonimato, siento el desencanto. El discurso político se radicaliza en torno a la inmigración, generando estigmas, miedo y una peligrosa confusión social.
Huyendo, no vine a exigir, sino a aportar. Como muchos, no busco privilegios, solo justicia. No creo en el victimismo, pero tampoco en el cinismo. Solo pido que no dejemos que el miedo, el oportunismo político y la ignorancia nos roben lo mejor del ideal americano. Ese ideal que me trajo aquí cuando creí que aún existía, y porque en mi país sencillamente ya estaba desapareciendo: Libertad.
La Crisis Inmigratoria
El giro xenofóbico no es exclusivo de un partido político. Las fronteras mal gestionadas por gobiernos anteriores contribuyeron a una crisis inmigratoria. Sin embargo, la respuesta actual —la criminalización del inmigrante, la persecución de los más vulnerables, las órdenes ejecutivas que siembran terror— no construyen soluciones. En cambio, profundizan las divisiones. El pueblo estadounidense está siendo arrastrado a una falsa dicotomía: o la puerta abierta al caos, o el muro de hierro impenetrable. Ambos extremos hieren la promesa americana.
El Ataque a las Artes
A todo esto se suma el ataque silencioso pero sistemático a las artes, en todos los niveles. Desde el triste veto del gobernador Ron DeSantis en Florida a programas artísticos culturales, hasta la amenaza real de eliminar el National Endowment for the Arts (NEA), el mensaje es claro: las artes, el pensamiento crítico y la educación artística están siendo percibidos como amenazas. Esta tendencia no es aislada, sino parte de un proyecto que privilegia la productividad utilitaria sobre la formación integral de los ciudadanos.
En el ámbito local, la decisión de la alcaldesa del Condado Miami-Dade, Daniella Levine Cava, de remover de manera abrupta a la Directora del Departamento de Asuntos Culturales y fusionar esta oficina con el sistema de bibliotecas públicas, es otro golpe simbólico y estructural. Lejos de fortalecer las instituciones culturales, se diluyen sus misiones, se debilitan sus liderazgos y se envía un mensaje confuso sobre las prioridades del gobierno.
El Valor de la Creación
¿Qué lugar queda entonces para la creación, la reflexión y la belleza en una sociedad que parece temerle a la imaginación? Las artes han sido precisamente uno de los espacios donde más se expresa el alma de un país, y muy especialmente en un país hecho por inmigrantes, como son los Estados Unidos. ¿Cuántos teatros, orquestas y centros comunitarios han sido fundados o revitalizados por personas venidas de otras tierras?
A través de las artes, continuamos el trabajo de la familia en formar la sensibilidad, empatía y pensamiento complejo de nuestros niños y jóvenes, independientemente del país donde nacieron. Para la sociedad y el sentido patriota, la educación en las artes no es un lujo, es una necesidad. Existe también una generación de nuevos americanos: los hijos y nietos de inmigrantes que hoy se sienten confundidos. Los valores que heredaron de sus abuelos extranjeros —el trabajo duro, la fe, el respeto, la inclusión— y los principios fundamentales consagrados en la Constitución de los Estados Unidos parecen estar cada vez más en entredicho.
La Lengua y la Cultura
Las recientes decisiones sobre imponer el inglés como único idioma oficial son otro ejemplo de superficialidad y distracción peligrosa. El inglés se ha convertido en lengua común en los países donde se habla debido a la interacción humana, y no por una ley escrita. Pretender lo contrario solo aviva el resentimiento y alimenta la polarización. El idioma no se impone por decreto administrativo; son la historia y la cultura los factores que lo establecen.
En nuestra sociedad actual, vivimos un momento de transformación profunda y veloz. La inteligencia artificial, el poder corporativo digital y la polarización extrema amenazan con vaciar de significado la experiencia democrática. En ese contexto, reducir al inmigrante a un problema, o convertirlo en un chivo expiatorio, es no solo injusto, sino profundamente peligroso. Es olvidar que la fortaleza de los Estados Unidos siempre estuvo en su capacidad de incluir, de absorber la diversidad y convertirla en una nueva forma de ciudadanía.
La Voz de los Artistas
Hoy más que nunca, los artistas y las organizaciones culturales debemos mantener la voz en alto. No podemos callar ni ceder ante los recortes, los silenciamientos, ni la indiferencia de los políticos o poderosos. Nuestra tarea no es un lujo ni un adorno: es una llama que alumbra lo más profundo del alma humana. En medio del caos político, la corrosiva artificialidad de los algoritmos y la manipulación del miedo, el arte sigue siendo un faro de verdad, belleza y memoria.
¡Arriba artistas! La sociedad nos necesita ahora más que nunca: para recordar lo que nos hace humanos, para abrir caminos donde otros cierran puertas, para educar, conmover y sanar. Que cada verso, cada nota, cada gesto escénico, sea resistencia y renacimiento. Y al final, como dijo el Maestro, demos al César lo que es del César, pero no olvidemos jamás dar a Dios —o al espíritu de lo eterno— lo que es de Dios: el derecho sagrado de crear, de soñar y de ser libres.



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